En cuanto abrí los ojos empecé a juntar estrellas.
Tal vez encontré a la primera en un espejo; no lo sé.
Las demás llegaron en silencio, poco a poco; otras, reían a carcajadas y pronto se quedaron pegadas a mis pies.
Busqué en el cielo y el suelo; en los rincones más oscuros y en las pupilas de los niños. Revolví cajones e hice mil hoyos en la arena. Busqué en las tazas de café y los ombligos.
Aprendí a recortarlas, a dibujarlas. Las pinté en las paradas de autobús y las esculpí en mis muslos. Estrellas grandes y luminosas, estrellas nacientes y fantasmas de ellas.
Las hurté, las cambié por besos. Las bebí y me entregué por ellas.
Estrellas tiernas, llorosas, trémulas; temblando en la punta de mis dedos. Estrellas ardientes, cortantes, filosas.
Las guardé en mis bolsillos, las tragué, las trencé a mi cabello. Las besé, las nací, las escondí entre letras.
Las esperé y espero. Después de todo ¿quién podría resistirse a ellas?