jueves, julio 23, 2009

Me extiendo. Me contraigo y respiro. Universo capaz de absorberlo todo. Vuelvo a ser mañana, lluvia que no llega o inunda. Regreso a las miradas intermitentes, a las fotografías en sobres de papel, a las palabras fugaces. El infinito me eleva en sus cuentas de plata y sostengo al tiempo en las yemas de mis dedos cuando las lunas resplandecen de humo, de mar. Escribo para ordenar esta memoria; escapar del olvido; impregnarme del recuerdo. Quiero anochecer en cada canción y despertar el cuerpo desnudo cubierto de versos. Quiero permanecer en cada amor hasta que las costillas me duelan, hasta que mis huesos se hagan polvo y pueda renacer. No me basta con guardar el aroma de cada despedida y llorar todos los instantes. Me es insuficiente abrazar a las estrellas y dejar que mueran tras de mí. No, me rehúso a la distancia y a la impotencia metafísica, si es que en verdad existen. Olvido los pretextos: la luz se convierte en sinfonía. Abro las alas y los colores se disgregan, los signos se alborotan. Extendida, el azar es delineado por mis pies. Las letras nacen del polvo y las cenizas; húmedas, brillantes, filosas. Las palabras se abarrotan, se apretujan, huyen por las ventanas, se lanzan desde las azoteas y brotan por las alcantarillas; torrentes de imágenes, voces y sonidos. Insaciable; lo finito no puede contenerme.




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